lunes, 25 de octubre de 2010

Otoño



Quise saber su respuesta. El café de cada mañana no se caracterizaba por su ausencia y eso lo hacía más difícil.


Apareció aunque no la esperaba, se sentó sin decir nada. Tampoco miró nada, o al menos no a mí. Como siempre sacó un cigarrillo de bolsillo, aunque esta vez no lo encendió. Me ponía más nervioso cada vez, pero seguía sin decir nada, sin mirar nada. No paró de moverse, incluso pude verle los ojos una vez. Solo una.


Esperé más, y cuando ya no esperaba respuesta encendió el cigarrillo y murmuró expulsando el humo:“Nunca me ha gustado el café”


martes, 11 de mayo de 2010

Soñando

Despertó sin saber dónde estaba. Las campanas sonaron metiéndose en sus oídos hasta llegar a sus ojos, abriéndolos. Recordó el mar; porque estaba empapado, recordó las olas y con ellas su cuerpo. Sintió de nuevo el calor de su abrazo, el frío de sus besos... que se fueron. De nuevo las olas. Miró al cielo sin reconocerlo, lo recordaba oscuro y sus ojos lo rechazaron, lo querían noche. Volvió a sentir, besó otra vez y respiró en su pecho.
El mar le devolvió su aliento, pero no a ella.

lunes, 8 de febrero de 2010

El último beso

Inés nunca había dado un último beso. Lo imaginó una vez, se lo habían contado, lo leyó en alguna novela, y hasta ese día, lo había temido.


Era primavera de 1939 con un final no muy feliz que conducía a un peor principio. Sentada en el banco de una estación llena de gente, se sintió cada vez más sola mirando el segundero del reloj que con cada movimiento le robaba compañía. Lo vio lejos. Estaba distinto y disfrazado con una sonrisa que ella supo falsa. Esperó -más- , solo porque él se lo había pedido, y con los ojos rebosantes en lágrimas aunque secos, lo observó sin hacer ningún gesto.


El reloj no paró de avanzar mientras él se le acercaba. Nunca habían estado tan lejos. Se miraron sin tocarse, se atravesaron los ojos y, sin usar los labios, se dieron el último beso, el mejor de sus vidas.

martes, 27 de octubre de 2009

Suicidio


El viento me daba en la cara atravesándola; pues sólo pude sentirlo dentro de mí. Los recuerdos pasaron por mi cabeza amontonándose hasta que mi mente tuvo tanto que se quedó sin nada. El vértigo provocó que cerrase los ojos, pero fue peor. Los sonidos pasaban desapercibidos entre aquel bullicio de sensaciones, y aunque tenía la ciudad a mis pies, el mundo seguía aplastandome. Alcancé después de todo la serenidad que buscaba y entonces abrí los ojos. Sonreí. Nunca había visto algo tan mágico. Al ver la ciudad a mis pies pude agarrar el mundo con una sola mano. Las estrellas habían bajado para amontonarse formando grandes estructuras. Era perfecto; Tan perfecto que lo convertí en mi última imagen.

lunes, 19 de octubre de 2009

La loca

La loca camina por la plaza mayor agarrando una bolsa llena de cosas inútiles.Sus cosas inútiles.
Sus ojos miran a ninguna parte, su cabeza a todos lados.
Su permanente sonrisa es adornada con constantes carcajadas. La loca, con su cara de loca, se sienta en el mismo banco de todos sus días, que no son de nadie mas. Le encanta su soledad porque puede imaginar su compañía, le hacen reir los chistes que no le cuentan, adora los días que ponen su película favorita en el televisor que no tiene.
Se despertó la loca en el banco de sus días, sus tardes y sus noches, se sentó, y al mirar más allá de él pensó sólo una cosa: "El mundo está loco".

sábado, 10 de octubre de 2009

tiempo

El reloj, a su lado, da los pasos que él ya no puede dar. El tiempo continúa su curso aunque a pocos les importe. A él sí. La cena de ese lugar no es lo único insípido en su vida. Su mirada, su boca, sus brazos y sus manos expresan lo mismo. Nada. Da igual de día o de noche, pues la silla en la que se sienta es la misma, las mismas caras, el televisor, el mismo. Da igual invierno o verano, las mismas risas, los mismos llantos, a la misma hora de siempre. La vida ha pasado demasiado rápido, y ahora el tiempo pasa demasiado lento.

El reloj camina, a su lado, y recuerda cuando caminaba con él.

El reloj caminaba hace tiempo también. Quién pudiese pararlo en aquel beso, perfecto. Ojalá, pensó, se hubiese detenido en su risa. Quizás, sus ojos lo detuvieron más de una vez, pero, en ese caso, él también fue víctima de aquella pausa.

El tiempo pasó por sus manos, por sus labios, su cintura, y también pasó por su pelo. El tiempo pasó por ella y se la llevó.

Ahora queda él, con su no vida, insípida, y el tiempo da los pasos que él ya no puede dar.

El tiempo camina, y ojalá alguien pudiese hacerlo correr.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Música


Sus manos se posaron sobre el viejo piano queriendo contar cada historia que podía recordar. Eso era lo único que le quedaba. Ese instrumento que había nacido con él, y que seguramente moriría entre sus dedos. No recordó ninguna canción que mereciera la pena tocar en ese momento, y se sintió desgraciado por no poder plasmar su vida a pesar de la intensidad que la caracterizaba. El tiempo se acababa y no encontraba sentido alguno a su existencia, y cuando por fin se dispuso a reproducir sus últimas notas, las teclas se quedaron mudas, y no supo hacer otra cosa que cantar a gritos que la echaba de menos.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Tabaco habano

Por un momento no creí lo que había ocurrido, o no quería creerlo. Me quedé sin fuerzas y caí al suelo sentada mientras recordaba su sonrisa, el tacto áspero de sus manos que siempre me acompañó a cruzar la calle, los ojos gastados por el tiempo que fueron perdiendo fuerza hasta cerrarse.
Quise abrazarle y sentir su olor a tabaco habano, ese fuerte olor a puro que siempre me molestó. Pero no pude, y lo añoré. Su ausencia provocó que de mis ojos rebosara nostalgia, el brillo que provocaba él en ellos se estaba derritiendo y resbalaba por mi cara. La angustia del no tenerle llegó a mi boca en agua, y no era salada, sino amarga.

"Ella"

Hace cinco años que me conquistó. Ella se mostró ante mí. Sus ojos se clavaron en los míos como puñales, sentí amor profundo con sólo ese gesto. Recuerdo cómo ese día, sus labios, tan tiernos, rozaron los míos transmitiéndome su dulzura. Cinco años... Nos amamos, nos quisimos, nos necesitábamos como necesitábamos del agua. Pero no hace mucho que la llama que antaño llegaba a quemar se deshizo, sólo quedan cenizas de lo que fue nuestro amor. Los ojos de Sofía ya no brillan, se deshacen cuando se encuentran con los míos. Sus manos tiemblan y desaparecen en cuanto rozan mi piel. No existe gesto de cariño entre nosotros. La amo...la amo tanto que le bajaría el cielo para que disfrutara de cada estrella, cada una, sólo para ella. No sé como le pude hacer esto. Tal vez buscaba el deseo que ya no tenía hacia mí...

Conocí a Ana en un hotel. Cosas del trabajo. La vi, y aunque en mi corazón solo habitaba la imagen de Sofía, mi sentimiento hacia Ana fue diferente. En sus ojos rebosaba el fuego. Sus labios, carnosos, pedían saciar su sed con los míos. Me sonrió...maldito el momento en el que se fijó en mi presencia. Le devolví la sonrisa y fue ella quien rompió el hielo. Conversamos horas, pero jamás salió de mi boca la existencia de Sofía. Me llenaban las ganas de poseerla. Caí como hipnotizado por ella, y la seguí allá donde quiso llevarme. Besos, caricias, deseo, pasión... Buscaba lo que había perdido, y no sé si hubiera sido mejor no encontrarlo. Sólo el contacto de su cabello me hacía caer en la locura, que me consumía cada vez más. Sus manos ardían... sus piernas, quemaban.

Mis citas con Ana se repitieron cada día. Me ausento de casa con frecuencia. Me duele que Sofía ni se inmute. Quizás sospeche; pero ya le da igual. Ya no somos nosotros. Es ella, y soy yo. La necesito cada día más y odio tener que buscar esa necesidad fuera de su cuerpo.

Hoy la he visto; la vi llorar. Me acerqué a ella rodeando su cintura.

-Olvídame-me dijo-nunca volverá a ser igual.

"luz de luna"

Era de noche. La luna brillaba más que nunca en el cielo, vistiéndose de plata. Su luz, apreciable con cualquier sentido, se colaba hasta por las retinas de un viejo ciego que pasaba las noches sentado en aquel silencioso muelle. Las estrellas, asustadas por el esplendor del astro, huyeron celosas.
Los años pesaban sobre aquel pescador, que había perdido la vista con el paso del tiempo, tanto pesaban como sus recuerdos, y allí, observando la luna sin poder verla, le vino a la mente una historia que creyó soñada:
Una bella dama andaba junto al mar años atrás. Quizás medio siglo, quizás uno entero. Sentía el sonido del agua, que callaba cualquier deseo de todo aquello que quisiera ser oido. Escuchaba las olas alargarse hasta desvanecerse en sus pies, intentando comunicarle lo maravilloso de lo que se avecinaba. Ella, ignorándolo, seguía caminando sintiendo leves escalofríos a medida que avanzaba su paso, el viento también quiso ser participe de aquel instante, y la acompañó meciendo su pelo, peinándolo para la ocasión.
Una figura yacía inmóvil en la orilla, sólo se apreciaba la sombra de aquel que acompañaba a la noche, y a ella...Y en el preciso instante en que el brillo de los ojos del extraño permitió que alcanzara a verle con nitidez, sus miradas se amarraron en un nudo eterno, poseídos por un gran magnetismo infinito que no les separaría jamás. Entonces la luz de la luna mostró la belleza de la chica, que asombró al joven de tal manera que nunca podría arrancarse su imagen de la mente. Ella, le acompañaría siempre.
El viejo ciego dejó de imaginar. Su vida constantemente se veía interrumpida por nubes que tapaban sus recuerdos. Vivía en un presente constante, y su falta de memoria, junto a su ceguera, le impedía conocer la apariencia de aquello que le rodeaba.
En ese momento su tranquilidad se vio interrumpida por algo, una mano le agarró, y su tacto aspero y arrugado le pareció tan suave, tan mágico, tan joven... Y fue entonces cuando una imagen le vino a la cabeza, y la luz de la luna volvió a mostrar la belleza de su amada. Ella, le acompañaría siempre.