sábado, 29 de noviembre de 2008

Tabaco habano

Por un momento no creí lo que había ocurrido, o no quería creerlo. Me quedé sin fuerzas y caí al suelo sentada mientras recordaba su sonrisa, el tacto áspero de sus manos que siempre me acompañó a cruzar la calle, los ojos gastados por el tiempo que fueron perdiendo fuerza hasta cerrarse.
Quise abrazarle y sentir su olor a tabaco habano, ese fuerte olor a puro que siempre me molestó. Pero no pude, y lo añoré. Su ausencia provocó que de mis ojos rebosara nostalgia, el brillo que provocaba él en ellos se estaba derritiendo y resbalaba por mi cara. La angustia del no tenerle llegó a mi boca en agua, y no era salada, sino amarga.

"Ella"

Hace cinco años que me conquistó. Ella se mostró ante mí. Sus ojos se clavaron en los míos como puñales, sentí amor profundo con sólo ese gesto. Recuerdo cómo ese día, sus labios, tan tiernos, rozaron los míos transmitiéndome su dulzura. Cinco años... Nos amamos, nos quisimos, nos necesitábamos como necesitábamos del agua. Pero no hace mucho que la llama que antaño llegaba a quemar se deshizo, sólo quedan cenizas de lo que fue nuestro amor. Los ojos de Sofía ya no brillan, se deshacen cuando se encuentran con los míos. Sus manos tiemblan y desaparecen en cuanto rozan mi piel. No existe gesto de cariño entre nosotros. La amo...la amo tanto que le bajaría el cielo para que disfrutara de cada estrella, cada una, sólo para ella. No sé como le pude hacer esto. Tal vez buscaba el deseo que ya no tenía hacia mí...

Conocí a Ana en un hotel. Cosas del trabajo. La vi, y aunque en mi corazón solo habitaba la imagen de Sofía, mi sentimiento hacia Ana fue diferente. En sus ojos rebosaba el fuego. Sus labios, carnosos, pedían saciar su sed con los míos. Me sonrió...maldito el momento en el que se fijó en mi presencia. Le devolví la sonrisa y fue ella quien rompió el hielo. Conversamos horas, pero jamás salió de mi boca la existencia de Sofía. Me llenaban las ganas de poseerla. Caí como hipnotizado por ella, y la seguí allá donde quiso llevarme. Besos, caricias, deseo, pasión... Buscaba lo que había perdido, y no sé si hubiera sido mejor no encontrarlo. Sólo el contacto de su cabello me hacía caer en la locura, que me consumía cada vez más. Sus manos ardían... sus piernas, quemaban.

Mis citas con Ana se repitieron cada día. Me ausento de casa con frecuencia. Me duele que Sofía ni se inmute. Quizás sospeche; pero ya le da igual. Ya no somos nosotros. Es ella, y soy yo. La necesito cada día más y odio tener que buscar esa necesidad fuera de su cuerpo.

Hoy la he visto; la vi llorar. Me acerqué a ella rodeando su cintura.

-Olvídame-me dijo-nunca volverá a ser igual.

"luz de luna"

Era de noche. La luna brillaba más que nunca en el cielo, vistiéndose de plata. Su luz, apreciable con cualquier sentido, se colaba hasta por las retinas de un viejo ciego que pasaba las noches sentado en aquel silencioso muelle. Las estrellas, asustadas por el esplendor del astro, huyeron celosas.
Los años pesaban sobre aquel pescador, que había perdido la vista con el paso del tiempo, tanto pesaban como sus recuerdos, y allí, observando la luna sin poder verla, le vino a la mente una historia que creyó soñada:
Una bella dama andaba junto al mar años atrás. Quizás medio siglo, quizás uno entero. Sentía el sonido del agua, que callaba cualquier deseo de todo aquello que quisiera ser oido. Escuchaba las olas alargarse hasta desvanecerse en sus pies, intentando comunicarle lo maravilloso de lo que se avecinaba. Ella, ignorándolo, seguía caminando sintiendo leves escalofríos a medida que avanzaba su paso, el viento también quiso ser participe de aquel instante, y la acompañó meciendo su pelo, peinándolo para la ocasión.
Una figura yacía inmóvil en la orilla, sólo se apreciaba la sombra de aquel que acompañaba a la noche, y a ella...Y en el preciso instante en que el brillo de los ojos del extraño permitió que alcanzara a verle con nitidez, sus miradas se amarraron en un nudo eterno, poseídos por un gran magnetismo infinito que no les separaría jamás. Entonces la luz de la luna mostró la belleza de la chica, que asombró al joven de tal manera que nunca podría arrancarse su imagen de la mente. Ella, le acompañaría siempre.
El viejo ciego dejó de imaginar. Su vida constantemente se veía interrumpida por nubes que tapaban sus recuerdos. Vivía en un presente constante, y su falta de memoria, junto a su ceguera, le impedía conocer la apariencia de aquello que le rodeaba.
En ese momento su tranquilidad se vio interrumpida por algo, una mano le agarró, y su tacto aspero y arrugado le pareció tan suave, tan mágico, tan joven... Y fue entonces cuando una imagen le vino a la cabeza, y la luz de la luna volvió a mostrar la belleza de su amada. Ella, le acompañaría siempre.