Quise saber su respuesta. El café de cada mañana no se caracterizaba por su ausencia y eso lo hacía más difícil.
Apareció aunque no la esperaba, se sentó sin decir nada. Tampoco miró nada, o al menos no a mí. Como siempre sacó un cigarrillo de bolsillo, aunque esta vez no lo encendió. Me ponía más nervioso cada vez, pero seguía sin decir nada, sin mirar nada. No paró de moverse, incluso pude verle los ojos una vez. Solo una.
Esperé más, y cuando ya no esperaba respuesta encendió el cigarrillo y murmuró expulsando el humo:“Nunca me ha gustado el café”


